Tercera
obra maestra del neorrealismo, tras las películas de Roberto
Rossellini "Roma
ciudad abierta (Roma città aperta)" y "Paisa
(Paisà)", "El limpiabotas (Sciuscià)" La narración se acerca
al estilo documental, con actores escogidos en la calle y escenarios reales,
sin ninguna reconstrucción ficticia. La película, premiada con un Oscar en
1947, se apoya en un sólido guión firmado por Cesare Zavattini y Sergio Amidei.
Con
la premisa de una brillante dirección de jóvenes actores no profesionales, SCIUSCIÀ describe el doloroso
proceso que vivirán dos pequeños amigos –Pasquale y Giuseppe-, que revolotean
de manera inocente y optimista por el Nápoles de la dura posguerra. Logrando
recursos –como tantos otros niños de su entorno- gracias a su improvisado
oficio como limpiabotas, especialmente entre los oficiales y soldados
norteamericanos, los dos jóvenes muchachos no verán menguado su optimismo,
centrado en el deseo compartido de comprar un caballo.
Vittorio
De Sica demostraba en esta película su innegable oficio cinematográfico. Desde
su demostrada y posteriormente reiterada capacidad para dirigir niños y jóvenes
–que proporcionan el relato una enorme sensación de autenticidad-, pasando por
el logro de una excelente ambientación y un adecuado montaje, hasta llegar a
una planificación en apariencia simple, pero a la cual una mirada más o menos
adecuada revela su constante acierto. No se puede negar que todo aquello que se
define con pertinencia en sus secuencias, abre un sendero que De Sica
plantearía quizá con mayor pertinencia en sus siguientes películas,
describiendo una especie de neorrealismo “blando” y acomodaticio, en contraste
con otras manifestaciones cinematográficas del mismo definidas en una mayor
dureza y rigor. Pese a ello, no se puede menospreciar lo alcanzado en esta
ocasión y, en líneas generales, en el cine de De Sica de este periodo –que
alcanzaría a mi juicio su máximo nivel con la extraordinaria UMBERTO D (1952)-.
SCIUSCIÀ
estriba en esa capacidad para plantear en la pantalla esa progresiva desilusión
existencial, que irá alterando y finalmente coartando la amistad entre esos dos
grandes amigos. A modo de parábola, la película va planteando un inevitable
contexto humano que permite que desde la casualidad, la incidencia de la
familia, de la propia sociedad, o los mismos comportamientos y sentimientos
humanos destruyan una amistad sincera e inicialmente inamovible. Poco a poco
iremos descubriendo ese sendero cruel y duro,
planteado con un aliento trágico progresivamente irremediable, que poco
a poco irá ensombreciendo un contexto fílmico inicialmente amable e incluso
dotado de perfiles esperanzadores. Será una gradación que irá acompañada por un
atractivo apunte descriptivo en la definición de sus episódicos personajes. Es
así como el trágico, rotundo y seco final servirá como auténtica catarsis a un
relato en el que el realizador italiano, supo combinar con tendencias ya
existentes en el cine, captar el pálpito de una realidad lacerante, y
culminarla con una mirada dolorosa y desesperanzada.
La
historia es directa, sin rodeos, el neorrealismo es capaz de hacernos reír por
momentos, cuando en el mundo infantil, a pesar del ambiente desolador, su
inocencia permite a los niños reír, para después, sin mayor separación,
mostrarnos secuencias trágicas, extremas, donde el dolor vuelve a ser
protagonista, y así, de haber sonreído en un momento, alguna lágrima se
podrá deslizar al ver las terribles situaciones a las que son expuestos los
infantes. Es un mundo sin esperanzas, azotado por la guerra, representado
cuando los niños le preguntan a la quiromántica, ¿Acaso los niños no tenemos
futuro?, y el director nos muestra su historia sin ornamentos innecesarios: la
narración de la cámara, salvo un llamativo travelling inicial, generalmente
está estática, tiene movimientos moderados, pues lo que realmente importa es
mostrarnos la acción como si la viéramos con nuestros propios ojos, sin
demasiada elaboración, se persigue una visión realista. Como el gran
crítico de la Nueva Ola francesa, André Bazin afirmó, “el estilo de Rossellini
es una manera de ver, De Sica es, ante todo, una manera de sentir", y
ciertamente De Sica logra, como nadie, conmovernos con una historia que nos
muestra desnuda, directa, drama puro y duro, mundo de unos niños desgraciados,
y, como por todos es sabido, los actores que utiliza para sus filmes son
actores no profesionales, por lo que no vemos a unos actores interpretando
roles, sino vemos auténticos individuos de esos estratos sociales, vemos algo
más cercano a la realidad.
De Sica es un maestro del neorrealista, y muestra más cercano que nadie al sentir humano, con De Sica no importa tanto la
degradación y desgaste del material filmico, de lo económico, sino la humillación del
espíritu humano, el sufrimiento , nos muestra tal y como es, sin
deformarciones ni adornos.
Todo un clásico del
cine italiano, con el guión del especialista del género, Cesare
Zavattini, se configura una historia inolvidable, de obligada visión, Sciuscià
se convierte en pieza fundamental del cine de fines de los 40 e inicios de los
50.
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