Tod Browninges conocido sobre todo por sus trabajos en el género de terror, como Drácula, pero fue un director muy prolífico y realizó más de 60 obras abarcando distintos géneros. En junio de 1915 tuvo un accidente de coche y durante su convalecencia se dedicó a escribir guiones. Debutó con el film Jim Bludso (1917). La muerte de su padre lo sumió en el alcoholismo. A partir de 1927 empezó con las películas vampíricas. Drácula fue la primera película que dirigió en la etapa sonora. En 1931 trabajó en una película llamada Freaks (1932)un filme muy polémico y un desastre comercial. Su última película fue Miracles For Sale (1939). En 1962 falleció a consecuencia del cáncer de laringe que padecía.
Filmografía selecta:
Filmografía selecta:
The Unknow (Garras humanas, 1927),Where the East is East (Oriente,1929),Dracula (Dracula, 1931),Freaks(La parada de los monstruos, 1932), Mark of the vampire (La marca del vampiro,1935.
La primera imagen del conde Drácula emergiendo de entre un conjunto de ataúdes del que salen las hijas de la noche, fue un viento helado en las atemorizadas conciencias de una sociedad sacudida por el crack económico de 1929 y la oculta represión adornada de refinamientos y buenos modales. Un brumoso y frío lunes 8 de septiembre de 1930 dio comienzo el rodaje de la película Drácula basada en la versión teatral de la novela de Bram Stoker del mismo título escrita en 1897. Allí, en el plató de los Estudios Universal, por una parte, el director Tod Browning, hombre de gran cultura, conocedor de la obra de Robert Wiene (El Gabinete del Doctor Caligari), y, además, el primero en contemplar lo que entonces se llamaban películas de “fantasía” realizadas en Alemania y Suecia, aunque distanciándose del Expresionismo alemán y volcado más al gusto barroco en la expresión y a la literatura gótica inglesa. Ante él, un proyecto que, sin duda alguna, cimentó su fama para la posteridad. Al otro lado de la cámara para el papel protagonista, el entonces único e indiscutido actor Lon Chaney, el hombre de las mil caras, quien no pudo hacer el papel al estar gravemente enfermo. En su lugar, un actor húngaro de ademanes refinados, de voz profunda y cavernosa y mirada penetrante, llamado Bela Lugosi (Bela Brasko), quien había representado el papel del conde transilvano en teatro con notable éxito. Sobre Bela Lugosi hay que destacar su decisiva intervención en sus tratos con Florence, la viuda de Bram Stoker, para el espinoso tema de los derechos de autor. En efecto, otra obra maestra, Nosferatu (1922) de F.W. Murnau, digamos que el primer Drácula cinematográfico, sufrió una implacable persecución por tal motivo, lo que condujo a la destrucción de los negativos existentes en 1925 por decisión de un tribunal. Gracias a que la productora Prana había vendido el negativo al extranjero pudo salvarse de su total desaparición. En efecto, como dije antes, Bela Lugosi desplegó toda su diplomacia y logró rebajar la cantidad por derechos de autor que pedía su viuda, la friolera de 200.000 dólares de la época, justo la mitad de la inversión prevista para la película, hasta los 40.000 dólares. Por fin, el papel fue para Bela Lugosi, un papel por el que siempre se le recordará, y para el que sonaron, entre otros, los nombres de Paul Muni y Conrad Veidt. Bela Lugosi, dejando a un lado su teatral amaneramiento, creó con habilidad un personaje atractivo, a medio camino entre el aristócrata vicioso y decadente -presencia espectral de la decadente aristocracia centroeuropea- y el galán maduro y distinguido cuya aura misteriosa le hace destacar en una sociedad donde la cortesía y las buenas maneras son la fachada que oculta la represión. A propósito de este aspecto, no olvidemos los códigos de conducta moral de la sociedad norteamericana atentos siempre al tema del sexo que hicieron que, en aquella época, años difíciles del crack económico de 1929, llenos de angustias y estrecheces, buscaran en el tema de Drácula, en medio del puritanismo reinante, el deseo secreto de ver cumplidos los deseos más ocultos y reprimidos. Para muchos de ellos la llegada del vampiro en medio de la noche era como la materialización de una fantasía sexual, la posibilidad de entrar en un juego de poder y sumisión. La película, cuyo rodaje duró siete semanas, tiene dos partes bien diferenciadas en cuanto a su realización. En la primera, la película en su arranque nos muestra un decorado de gusto gótico en exceso, con carga operística, en medio de una atmósfera asfixiante; unido todo ello a la iluminación del maestro de la luz Karl Karl Freund. En la segunda parte, cuando Drácula se instala en Londres, adquiere una nueva fisonomía que no es otra cosa que la doble conducta o doble representación en un contexto de formas y modales hipócritas y conservadores donde un “caballero” de elegantes modales, culto y extrañamente atractivo, brilla en los salones burgueses. Cambia el entorno, cambia la música, que pasa del aullido salvaje de los lobos a la civilizada de Tchaikovski. En definitiva, podemos decir, sin temor a equivocarnos, cosas de las imposiciones de la industria, que la película en sus primeras secuencias responde a la concepción que tenía Tod Browning del cine fantástico, mientras que las restantes se encuentran subordinadas al obligado referente teatral impuesto por la productora. Atrapado por su interpretación, Bela Lugosi paseó su trabajo casi hasta el final de sus días. Mientras deliraba, pronunció estas palabras: “Soy el conde Drácula, el rey de los vampiros. Soy Inmortal”. Los restos de Bela Lugosi yacen en el cementerio de Holy Cross en Los Ángeles.
fuente
Luis Maccanti Aula de Cine
La primera imagen del conde Drácula emergiendo de entre un conjunto de ataúdes del que salen las hijas de la noche, fue un viento helado en las atemorizadas conciencias de una sociedad sacudida por el crack económico de 1929 y la oculta represión adornada de refinamientos y buenos modales. Un brumoso y frío lunes 8 de septiembre de 1930 dio comienzo el rodaje de la película Drácula basada en la versión teatral de la novela de Bram Stoker del mismo título escrita en 1897. Allí, en el plató de los Estudios Universal, por una parte, el director Tod Browning, hombre de gran cultura, conocedor de la obra de Robert Wiene (El Gabinete del Doctor Caligari), y, además, el primero en contemplar lo que entonces se llamaban películas de “fantasía” realizadas en Alemania y Suecia, aunque distanciándose del Expresionismo alemán y volcado más al gusto barroco en la expresión y a la literatura gótica inglesa. Ante él, un proyecto que, sin duda alguna, cimentó su fama para la posteridad. Al otro lado de la cámara para el papel protagonista, el entonces único e indiscutido actor Lon Chaney, el hombre de las mil caras, quien no pudo hacer el papel al estar gravemente enfermo. En su lugar, un actor húngaro de ademanes refinados, de voz profunda y cavernosa y mirada penetrante, llamado Bela Lugosi (Bela Brasko), quien había representado el papel del conde transilvano en teatro con notable éxito. Sobre Bela Lugosi hay que destacar su decisiva intervención en sus tratos con Florence, la viuda de Bram Stoker, para el espinoso tema de los derechos de autor. En efecto, otra obra maestra, Nosferatu (1922) de F.W. Murnau, digamos que el primer Drácula cinematográfico, sufrió una implacable persecución por tal motivo, lo que condujo a la destrucción de los negativos existentes en 1925 por decisión de un tribunal. Gracias a que la productora Prana había vendido el negativo al extranjero pudo salvarse de su total desaparición. En efecto, como dije antes, Bela Lugosi desplegó toda su diplomacia y logró rebajar la cantidad por derechos de autor que pedía su viuda, la friolera de 200.000 dólares de la época, justo la mitad de la inversión prevista para la película, hasta los 40.000 dólares. Por fin, el papel fue para Bela Lugosi, un papel por el que siempre se le recordará, y para el que sonaron, entre otros, los nombres de Paul Muni y Conrad Veidt. Bela Lugosi, dejando a un lado su teatral amaneramiento, creó con habilidad un personaje atractivo, a medio camino entre el aristócrata vicioso y decadente -presencia espectral de la decadente aristocracia centroeuropea- y el galán maduro y distinguido cuya aura misteriosa le hace destacar en una sociedad donde la cortesía y las buenas maneras son la fachada que oculta la represión. A propósito de este aspecto, no olvidemos los códigos de conducta moral de la sociedad norteamericana atentos siempre al tema del sexo que hicieron que, en aquella época, años difíciles del crack económico de 1929, llenos de angustias y estrecheces, buscaran en el tema de Drácula, en medio del puritanismo reinante, el deseo secreto de ver cumplidos los deseos más ocultos y reprimidos. Para muchos de ellos la llegada del vampiro en medio de la noche era como la materialización de una fantasía sexual, la posibilidad de entrar en un juego de poder y sumisión. La película, cuyo rodaje duró siete semanas, tiene dos partes bien diferenciadas en cuanto a su realización. En la primera, la película en su arranque nos muestra un decorado de gusto gótico en exceso, con carga operística, en medio de una atmósfera asfixiante; unido todo ello a la iluminación del maestro de la luz Karl Karl Freund. En la segunda parte, cuando Drácula se instala en Londres, adquiere una nueva fisonomía que no es otra cosa que la doble conducta o doble representación en un contexto de formas y modales hipócritas y conservadores donde un “caballero” de elegantes modales, culto y extrañamente atractivo, brilla en los salones burgueses. Cambia el entorno, cambia la música, que pasa del aullido salvaje de los lobos a la civilizada de Tchaikovski. En definitiva, podemos decir, sin temor a equivocarnos, cosas de las imposiciones de la industria, que la película en sus primeras secuencias responde a la concepción que tenía Tod Browning del cine fantástico, mientras que las restantes se encuentran subordinadas al obligado referente teatral impuesto por la productora. Atrapado por su interpretación, Bela Lugosi paseó su trabajo casi hasta el final de sus días. Mientras deliraba, pronunció estas palabras: “Soy el conde Drácula, el rey de los vampiros. Soy Inmortal”. Los restos de Bela Lugosi yacen en el cementerio de Holy Cross en Los Ángeles.
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Luis Maccanti Aula de Cine
BELA GEORGE LUGOSI et al., Plaintiffs and Appellants, v. UNIVERSAL
PICTURES, Defendant and Appellant
www.unavarra.es/servicio/pdf/6-7novtod.pdfPICTURES, Defendant and Appellant
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