La obra de Bram Stoker, Drácula, se sitúa a finales del Romanticismo. Anteriormente había habido un período de cierta decadencia en la literatura a causa del aumento del público lector que duraría hasta la llegada de Scott. Todo y que Drácula fue publicada en 1897, creemos que sería más adecuado incluirla dentro de este período, que transcurrió entre 1770 y 1800, pues sus características le son afines. La mayor parte de literatura publicada en esta época, o más concretamente la que se pudiera englobar dentro de los géneros que en este período predominaron (el de terror y el pseudohistórico), tiende a ser considerada por los críticos como insignificante, sobre todo al lado de las obras de grandes escritores del Romanticismo como Coleridge, Wordsworth, Byron, etc. La obra de Drácula, exactamente, se incluye dentro de lo que sería la novela de terror y en una época en que predominaba el gusto por el documento narrado, es decir, obras formadas por colecciones de cartas, memorias, biografías, etc. que hacían el escrito más personal e íntimo, factor que debió influenciar al autor a la hora de empezar a escribir la novela. A causa de este tipo de narración, pero, como mínimo cada vez que se cambia de narrador, se producen saltos en el tiempo y en el contexto en el que se encuentran los personajes.
El relato de Bram Stoker’s Dracula (Drácula de Bram Stoker) es lineal. Esto lo consigue suprimiendo bastantes fragmentos de la novela original, que presenta numerosos saltos en el tiempo, y dejando sólo los que al guionista le parecen más relevantes para su particular versión. Por el contrario, también hay agregados algunos fragmentos que no figuran en la novela para hacerla más interesante de cara al público y, por lo tanto, más comercial, como sería la introducción que se nos presenta al iniciarse la película, con todas las transformaciones que acarrea, por ejemplo, el final, que no es el mismo ni se asemeja al de la novela.
Como es natural en cualquier película de nuestra época, predominan los diálogos y, sobre todo, las imágenes. Aunque, para seguir más el estilo de la novela a partir de la que ha sido creada, introduce algunos fragmentos narrados por diversos personajes de la película. Estos fragmentos suelen coincidir con los momentos en que plasman sus ideas en un papel, las graban en un magnetófono, leen un escrito, etc. El narrador que surge en estos breves momentos es siempre un narrador objetivo, tanto si es en primera (lo más habitual) como en tercera persona.
También hay, a lo largo de la película, escasas anotaciones en la parte inferior de la pantalla que nos sitúan en el contexto en que ocurren los hechos (época, localización…).
Coppola demostró ser un gran conocedor del género al incluir en su film guiños a todas las adaptaciones anteriores del libro: tomó algunas secuencias del Nosferatu de Murnau (el modo de salir del ataúd en una escena, por ejemplo), otras del Drácula de Lugosi ("Nunca bebo... vino"), otras del Drácula de la Hammer, del Drácula de Curtis (la asociación de Drácula con Vlad, la visión romántica del personaje...)... etc. Y eligió a un elenco de grandes actores entre los que relucía con luz propia el magnífico Anthony Hopkins. La fotografía, los decorados, el vestuario, la recreación de la época, donde se invirtió casi todo el presupuesto de la película, que hacen todo un espectáculo visual. La música de Kilar es imponente, una de las más grandes bandas sonoras de terror jamás compuestas. En vez de recurrir a los compositores habituales de las grandes producciones de Hollywood, Coppola prefirió apostar por el polaco Wojciech Kilar, quien demostró ser la elección perfecta para tal proyecto. Su banda sonora es la segunda gran obra maestra que ha dado el cine inspirado en el libro, junto con la de Philip Glass. El gran acierto de Kilar está en su rica variedad de sonoridades, que constituyen una colorida, barroca y desbordante paleta de sonidos que entretejen hermosas melodías de una contundencia de la que muy pocos scores pueden presumir. Frente a la sobriedad de la obra de Glass, Kilar opta por el exceso, entendido en el buen sentido. La película de Kilar, visualmente, es un espectáculo embriagador, y por ende requiere de una música igualmente embriagadora.
Coppola no sólo no es la versión más fiel al libro de todas las que ha dado el cine, sino que por el contrario se trata de una de las versiones menos fieles al libro. En esta película Drácula aparece como un héroe trágico enamorado que va "cruzando océanos de tiempo" para encontrarse con la reencarnación de su amor perdido. Esta concepción del conde es diametralmente opuesta a la concepción original de Stoker, para el cual Drácula era un ser maldito y corrupto para el que Mina no era ninguna fuente de amor sino su fuente de sustento, y una oportunidad de sembrar la corrupción en la supuestamente idílica alta sociedad inglesa de finales de siglo. El film tiene un prólogo que trata de justificar la visión del personaje y a la vez intenta revelar la asociación entre Drácula y Vlad el Empalador, episodio que el libro, sin embargo, no tiene.
De hecho, en ningún momento hay referencias explícitas en el libro sobre dicha asociación, aunque estas sean, a posteriori, significativas. No tengo nada en contra de la visión romántica del vampiro o el conde Drácula, siempre y cuando no se pretenda con ello convencer al público de que se trata de la versión más fiel cuando en realidad se trata de la historia de Drácula.
Pero, a la hora de adaptar la novela para su película, Coppola se encontró con algunas dificultades. Como se ha mencionado con anterioridad, toda la novela de Stoker está narrada mediante diarios, grabaciones, cartas, telegramas… y ofrece numerosos saltos en el tiempo, pero, cuando se mira la película se puede observar que se ha conseguido un relato lineal. Lo que aquí simplemente se ha hecho ha sido suprimir algunos fragmentos de la novela original, dejando sólo los que parecían más relevantes para la trama de la película y ordenándolos cronológicamente, aunque así se produjeran numerosos cambios de escenario. Respecto a la forma de narrar la historia, como es natural en cualquier película de nuestra época, predominan los diálogos y, sobre todo, las imágenes; aunque, para seguir más el estilo de la novela a partir de la que ha sido creada, introduce algunos fragmentos narrados por diversos personajes de la película. Estos fragmentos suelen coincidir con los momentos en que plasman sus ideas en un papel, las graban en un magnetófono, leen un escrito, etc. El narrador que surge es siempre objetivo, tanto si es en primera (lo más habitual) como en tercera persona. También hay, a lo largo de la película, escasas anotaciones en la parte inferior de la pantalla que nos sitúan en el contexto en que ocurren los hechos
Al comparar esta película con la de Murnau, Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (Nosferatu, una sinfonía del terror), vemos que, en algunos aspectos, podríamos considerar más fiel ésta que no la de Coppola. Al igual que le pasó a Coppola, Murnau tiene que adaptar los saltos en el tiempo y lugar de la obra a un relato lineal para hacer su película y, prácticamente, sigue el mismo método antes nombrado. Al ser una película muda, las imágenes y los gestos tienen un papel principal; se encuentran, como es habitual, algunas aclaraciones sobre los diálogos y hay, también, fragmentos narrados mediante la muestra de cartas o libros para simular el estilo de la novela.
Fuente
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