Uno
de los aspectos más interesantes que presenta el cine desde el punto de vista
histórico y filosófico es su capacidad para servir de reflejo del modo de vivir
y de pensar de una sociedad o época determinada. Hijo de un pastor protestante,
cineasta de éxito y agnóstico declarado, Ingmar Bergman reúne en su persona y
en su obra buena parte de los elementos que han venido a conformar la evolución
intelectual de la sociedad sueca del siglo XX. La inestabilidad de las
relaciones humanas en el plano afectivo fue una realidad que se le hizo evidente
ya desde su primera infancia, constituyéndose con el paso del tiempo en la
materia prima a partir de la cual el cineasta sueco elaboraría muchos de sus
guiones.
hijo de un pastor luterano, El mundo
metafísico de la religión influyó tanto en su niñez como en su adolescencia. Su
educación estuvo basada en los conceptos luteranos de pecado, confesión,
castigo, perdón y redención, «Los castigos eran algo completamente natural,
algo que jamás se cuestionaba. A veces eran rápidos y sencillos como bofetadas
y azotes en el culo, pero también podían adoptar formas muy sofisticadas. Muchas
de sus obras están inspiradas en esos temores y relaciones, anécdotas como
estas de su infancia, aparecen escenificadas en una de sus mejores películas, Fanny
y Alexander.
se licenció en Letras e Historia del
Arte en la Universidad. Afortunadamente encontró en el teatro, y luego en el
cine, los dos medios más apropiados para expresar su complejo mundo interior y
su potencial creativo ajeno a la religión. Durante los años de la Segunda
Guerra Mundial, ya distanciado de su familia, inició su carrera como ayudante
de dirección en el Teatro de la Ópera Real de Estocolmo. No obstante, las
imágenes y valores de su niñez, que lo seguirían por el resto de su vida, y la
proximidad con el quehacer de su padre, lo habían sumergido en las cuestiones
metafísicas: la muerte, la autonomía, el dolor y el amor.
El director falleció el 30 de julio
de 2007 a los 89 años en la isla de Faro, a la que se había retirado, el mismo
día que falleció el director italiano Michelangelo Antonioni.
Bergman sufrió en la década de los
cincuenta las consecuencias de la crisis de producción cinematográfica
acontecida en Suecia, con lo cual se vio obligado a aceptar una proposición que
se le presentó en el terreno publicitario3. El hecho de tener que aceptar este
trabajo para subsistir espoleó la reflexión del cineasta sueco acerca del papel
que juega el arte en la sociedad contemporánea
En la segunda mitad
del siglo XIX surgió en el mundo del arte la figura del marchante-contratista,
quien establece un contrato con el artista por medio del cual su producción es
cedida a cambio de la exposición de la misma en galerías, la promoción a través
de la crítica en la prensa e incluso una remuneración parecida a un «sueldo
fijo».
decía Bergman: «La
gente muerde en la obra de arte como en una rebanada de pan con mantequilla y
el artista encima viene a ofrecerse espontáneamente como aliño...».
En
su film La hora del lobo (Vargtimmen, 1966), Bergman
relata una historia en clave de parábola cuyos protagonistas, un pintor
excéntrico y su compañera, viven una existencia solitaria en una pequeña isla
escandinava. Su aparentemente plácido existir se ve roto por la intromisión en
su mundo de unos personajes poderosos y a la vez decadentes, cuyo interés se
cifra en romper el voluntario aislamiento de la pareja y atraer al artista
hacia su peculiar modo de vida, plagado de hipocresía y de cínicas convenciones
sociales. Estos personajes, a los que el realizador sueco retrata como
auténticos «demonios», son una clara alusión a la élite
aristocrático-mercantilista que utiliza el arte como una forma de esnobismo, cuando
no como un medio para obtener otros fines aun más oscuros, no hace otra cosa
que sustraer al artista de su universo creativo personal.
El
retrato de esta elite bienestante pero decadente, totalmente carente de valores
pero socialmente poderosa, constituirá un precedente para aquellas
composiciones futuras en las que Bergman pasará a cuestionar la acomodada
figura del intelectual burgués o, mejor dicho, del burgués con pretensiones intelectuales,
muy difundida al parecer en la próspera sociedad sueca de los años sesenta y
setenta. Paralelamente, el realizador sueco no elude la autocrítica: el film La
hora del lobo concluye con el suicidio del artista, dando
a entender que cuando éste es consciente de las tremendas limitaciones a las que
se encuentra sometida su creación, la postura más coherente a adoptar sería el
«suicidio profesional».
En definitiva, la propia creación artística e
intelectual bergmaniana, en su conjunto, no se halla exenta en ningún momento
de la duda existencial que rodea a la propia persona del autor. Si ha podido
llevarla a cabo pese al mercantilismo imperante ha sido en parte gracias al
éxito económico cosechado por films como Sonrisas de una noche de verano, El séptimo sello, Fresas
salvajes, El
manantial de la doncella, Como
en un espejo o
Fanny y Alexander, todas ellas galardonadas además en
festivales de cine tan importantes como los de Cannes, Berlín, Venecia.
La
hora del lobo, es una ácida crítica dirigida a quienes
se los financiaban, particularmente cuando ha visto que las presiones de
producción han pretendido ir más allá de los aspectos meramente económicos,
entrando en lo que el director sueco considera como «su terreno»: Decía Bergman:
«A uno le entra a veces una furiosa
necesidad de desenvainar, de dejar toda adulación. Aun corriendo el riesgo de
verse obligado a hacer compromisos dobles más adelante.... » «...La industria cinematográfica no es
precisamente delicada con sus anarquistas, alguna vez constituye una gran
liberación levantarse y sin gestos de lamentación o amabilidad, mostrar una
situación penosamente humana; pero el castigo no faltará.. »
Esta actitud de Bergman ha contribuido a que,
lamentablemente, una parte muy importante de su obra no haya gozado de la misma
difusión que la de otros cineastas menos comprometidos con su trabajo, lo cual
no impidió que algunos de los baluartes de la Nouvelle Vague, así
como cierto sector de la prensa, le criticaran por la falta de definición
religioso-política de films. Ciertamente, aunque el cine de Bergman no resulte
difícil de comprender, lo que sí exige de sus espectadores potenciales es un
ejercicio de tolerancia moral, religiosa y política.
Cualquier
tipo existencial, con sus virtudes y defectos más íntimos, puede verse reflejado
en el discurso fílmico del director sueco, y no siempre resulta apetecible
contemplar nuestras propias contradicciones públicamente en una sala de cine.
fuente
LOTMAN, Yuri: Semiótica del cine. Barcelona: Gustavo Gili, 1972.
JOLIVET, Regis: Las doctrinas existencialistas. Madrid: Gredos, 1962.
1998 El cine y el siglo XX. Barcelona: Ariel.
HEIDEGGER, Martin:
1967 Sein und Zeit. Tübingen: Max Niemeyer.
1970 Carta sobre el humanismo. Madrid: Taurus.
1971 ¿Qué significa pensar? Buenos Aires: Nova.
1996 El ser y el tiempo. Madrid: FCE.
Genealogía y esperanza en la Filosofía de la Existencia de Ingmar Bergman
Cfr .BJÖRKMAN, S.; MANNS, T .; SIMA, I. Bergman om Bergman. Stockholm: Norstedt & Söners
Forlag, 1970, p. 216. Hay una traducción al español de la edición francesa ampliada de 1973
(Conversaciones con Ingmar Bergman. Barcelona: Anagrama, 1975).
Ingmar Bergman: ¿cineasta de la burguesía? Jordi Puigdoménech