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Saraband

Sinopsis: Tras una separación de 30 años, Marianne (Liv Ullmann) siente una urgente necesidad de volver a ver a su ex marido Johan (Erland Josephson). Acude a la residencia de verano de éste, en la que también están el hijo de Johan, Henrik (Börje Ahlstedt) y su nieta Karin (Julia Dufvenius). Henrik imparte clases de violonchelo a su hija. La mujer de Henrik murió dos años antes, pero su sombra está aún presente en la vida de todos los miembros de la familia. Sin hacerse una idea exacta de lo que está sucediendo, Marianne se verá envuelta en las maniobras de todos.


Dirección Ingmar Bergman
Producción Pia  Ehrnvall
Guion Ingmar Bergman
Música Johann Sebastián Bach
Antón Bruckner Johannes Brahms
Fotografía Per Sundín
Protagonistas Liv Ullmann,Erland Josephson,Börje Ahlstedt.Julia Dufvenius
País. Suecia 2003
Género Drama
Duración 102 minutos

Saraband, es, ante todo, una elegía, al cine, es decir, a Ingmar Bergman, pero además, una carta de amor, y no sólo al propio artificio cinematográfico, también, al teatro, al que el cineasta ha amado tanto en su vida, y del que tanto se ha enriquecido su obra, al que la forma (literaria, cuanto menos) remite continuamente, a través de monólogos, breves conversaciones, utilización de los espacios, estructuración del propio relato, inclusive, en determinadas ocasiones, puede atisbarse al Bergman cineasta optando por una toma de la cámara que nos confirman esta idea, esta búsqueda, como aquella, por ejemplo, en que Karin se dispone a tocar el violonchelo por última vez con su padre, Henrik. Una mirada, por tanto, que se nos revela, como cabía esperar, tan milimétrica como brillante; toda una demostración de que los años, lejos de menguar la mirada, han enriquecido la capacidad reflexiva, y sentido de la observación, del cineasta, quien maneja a la perfección la ficción creada y se mueve entre los diferentes personajes con una asombrosa, en apariencia, facilidad; una mirada, pues, atenta a los personajes, a las miradas, a las palabras, a los recuerdos
 Ingmar Bergman dijo más de una más vez, que tras Fanny y Alexander, hace ya más de veinte años, no esperásemos más películas suyas: su relación con el cine había terminado definitivamente. Sin embargo, y afortunadamente para su público, se retractó de su declaración o, si se prefiere decir, de su amenaza, Lo mismo dijo de Saraband, una obra estrenada recientemente en la televisión sueca. Pero esta vez existen sólidas razones para creerle, no sólo porque Bergman haya cumplido 85 años. En esta película, uno tiene la intensa impresión de estar viendo un epílogo de su existencia, de sus temas, de su arte: su testamento tanto como ser humano como cineasta profesional. Tras Saraband, no hay nada más que añadir. El título hace alusión al cuarto movimiento de la suite número cinco para violonchelo de Johann Sebastian Bach, un motivo musical que constituye el tono que impregna este drama: Bergman retorna a Johan y Marianne, la pareja que al final de Escenas de un matrimonio, nos encontramos treinta años más tarde,  los actores son los mismos: Erland Josephson y Liv Ullmann. Unas manos levemente temblorosas indican que el primero, (de 80 años de edad), padece la enfermedad de Parkinson. Pero su interpretación y su elocución son más brillantes y contundentes que nunca, y Ullman, con 64 años, es su parten aire perfecta.
La lectura de una carta rodada en un plano general, las miradas continuas sobre la fotografía de la esposa muerta y el estilo desnudo, minimalista, a menudo austero de la puesta en escena y del aspecto visual recuerdan, entre otras, a Los Comulgantes, Escenas de un Matrimonio, Fresas Salvajes ( el viejo profesor forzado a enfrentarse a su existencia), La Hora del Lobo (la vulnerabilidad del artista, los demonios interiores, el miedo a la muerte), Gritos y Susurros (Agnès muriendo de cáncer). Hacia el final de Saraband, Johan se despierta a media noche (hora a la que Bergman se ha referido a menudo como "la hora del lobo"), gimiendo por la angustia y el miedo. Entra en la habitación de invitados y suplica a Marianne que le deje acostarse a su lado, y le insiste en que ambos se despojen de toda vestimenta. El se quita su camisón, en pie ante ella, ante nosotros, mientras la sombra oculta el desnudo de Marianne: un anciano suplicante, frágil, tembloroso y desnudo; juntos en la cama, después de treinta años, todo lo que se concentra en esta pareja de ancianos y un silencio mutuo incómodo, y rápidamente, ambos se giran dándose la espalda. Lo que debería haber sido un momento de consuelo se transforma en su lugar en una nueva expresión de aislamiento y desolación emocional que se prolonga hasta la secuencia siguiente.

El tema recurrente en  toda la película es el abandono, visto desde diferentes ópticas,  padres abandonados, hijos abandonados, abuelos abandonados, sentimiento quizás también que  luego de sus casi ochenta años Ingmar Bergman siente y refleja en su último filme. Bergman es uno de los pocos autores que a través del cine son capaces de filmar el inconsciente del hombre; entrar con la cámara a la mente de sus personajes. Es el maestro de los primeros planos, mediante ellos es capaz de exprimir sus emociones –y así emocionar a su público-. Primeros planos muy largos, incómodos, donde el sufrimiento de algunos personajes es sin duda el sufrimiento de los intérpretes. Bergman posee a sus personajes, son las marionetas –otra de las temáticas favoritas del director- bajo los hilos invisibles del demiurgo. También es el maestro del silencio, lo utiliza como una potente banda sonora, sus silencios están cargados de significados

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